jueves, 17 de julio de 2025

La rana

 

Érase una vez una rana que vivía en una alcantarilla durante cinco años.

Un día, una niña paseaba con su mamá y vio a la rana.

—Mamá, mira, hay una rana ahí —dijo la niña.

Pero su mamá no vio nada y le respondió:

—No hay nada, estás viendo cosas extrañas.

La niña se puso a llorar y le insistió:

—Te digo que hay una rana.

Luego se fueron a casa, y la niña le contó a su papá lo que había visto.

—Ven, vamos por la rana —le dijo el papá.

La mamá se enojó un poco, pero la niña estaba feliz con su rana.

Autora: Julieta Vaitiare Téllez Fernández

La niña Camila

 Érase una vez una niña llamada Camila que caminaba por el bosque. Allí se encontró con un niño llamado Charlie, que iba acompañado de su perro Máx. Más adelante, encontraron una cueva secreta.

Camila le sugirió a Charlie que tocaran la puerta de la cueva. Cuando lo hicieron, una niña salió y Charlie le preguntó:

—¿Cómo te llamas?
—Hola, yo soy Astrid —respondió ella.

—Pasen —les dijo Astrid—.

Charlie comentó:

—Está bonita tu cueva.

Astrid sonrió y dijo:

—Gracias, me siento feliz porque nadie me había dicho eso antes.

En ese momento, el perrito Máx se subió a la cama y orinó, lo que hizo que Astrid gritara. Camila le dijo:

—No le grites a mi perrito, por favor.

Astrid se fue con su perrito, y Charlie le dijo a Camila:

—Oye, no le grites.

Camila le preguntó a Charlie:

—¿En serio me vas a defender?

—Por supuesto que sí —respondió él.

Entonces Charlie le aconsejó a Astrid que mejor se fuera para no causar problemas.

—Sí, mejor me voy —dijo Astrid, y se marchó.

Más tarde, ya de noche, Astrid le preguntó a Charlie:

—¿Dónde te vas a quedar?

—No sé —respondió él.

—¿Quieres quedarte conmigo? —le ofreció Astrid.

—Sí, gracias —dijo Charlie, y se fueron a dormir juntos.

Al día siguiente se despertaron y fueron al mercado. Camila le dijo:

—Vamos a comprar algunas cosas.

Luego se dirigieron a la escuela. Allí, Charlie le preguntó a Camila:

—¿Puedo darte un abrazo?

—Sí —respondió ella con una sonrisa.

Esa noche, cuando Camila se despertó, Charlie ya no estaba. Ella se puso triste. Pero al día siguiente, Charlie volvió y le dijo:

—Oye, ¿quieres venir a vivir conmigo?

—¡Gracias! —respondió feliz.

Cuando llegaron a casa, la mamá de Camila le dijo que fuera a ver su cuarto. Al abrir la puerta, Camila se puso muy feliz y agradeció:

—Gracias, ¿puedo llamarte mamá?

Su mamá le recordó que debía comer para no llegar tarde, que aún tenía que bañarse y que su uniforme nuevo, mochila, libretas, colores, lápices y goma ya estaban listos.

Con el tiempo, Camila y Charlie se hicieron novios. Cuando le contaron a la mamá de Camila, ella les dijo:

—Claro que sí, ¿por qué no? No son más que niños.

Los niños le dieron las gracias con alegría.

Autora: Karla Yamileth Ramírez López

De aquí a la luna, pasitos de tortuga

 Érase una vez dos pequeños enamorados que aprendían a amar. Sus nombres eran Leo y Luna. Vivían en un pequeño pueblo, rodeados de montañas y valles verdes. Su amor era puro y verdadero, y se prometieron estar juntos para siempre.

Un día, Leo se enfermó gravemente y, tristemente, falleció. Luna, destrozada por la pérdida, recordó las palabras de Leo:

"De aquí a la luna, a pasitos de tortuga."

Un día, mientras caminaba, vio una tortuga que avanzaba lentamente hacia la luna. Sonrió y supo que Leo siempre estaría con ella, en su corazón y en sus recuerdos.

Autora: Isis Ariadna Pérez Castillo

Dinosaurios

 

Había una vez, en un mundo antiguo, una manada de T-Rex que vivía en un bosque.

T-Rex 1: ¡Vamos a conseguir carne!
T-Rex 2: ¡Sí, a toda velocidad!

Mientras caminaban, encontraron a un Therizinosaurus.

Therizinosaurus 1: ¡Ayuda, ayuda! ¡Vienen los T-Rex!

Entonces, la manada de Therizinosaurus se preparó para defenderse.

Manada de Therizinosaurus: ¡Vamos a ayudar!

Los Therizinosaurus usaron sus garras para defenderse.

T-Rex 1: ¡Oh no! ¡Nos están atacando!
T-Rex 2: ¡Vámonos, pero regresaremos con más!

Los T-Rex huyeron a buscar refuerzos.

Al volver con más miembros de la manada, comenzaron el ataque contra los Therizinosaurus. En ese momento, uno de los Therizinosaurus derribó un árbol con su cola, separando a las dos manadas.

Entonces llegaron los líderes: por un lado, el líder de los T-Rex; por el otro, el líder de los Therizinosaurus.

Líder T-Rex: ¡Vengan aquí! Hay mucha carne para todos.
Líder Therizinosaurus: ¡Vengan! Aquí hay muchas plantas de diferentes tipos.

Y así, todos olvidaron la pelea y se unieron para disfrutar de lo que cada uno tenía.

Fin

Autor: Juan Yunuén Ordoñez Calderón

Ana y las abejas

 

Ana iba a recoger flores en la colonia, justo al lado del camino, cuando encontró un árbol lleno de abejas trabajando en un panal. Se quedó observando cómo las abejas trabajaban sin descanso.

Al darse cuenta de que Ana las estaba mirando, las abejas salieron a buscar más polen. Entonces, Ana se acercó al panal y decidió probar un poco de miel. Se dio cuenta de que estaba muy deliciosa y dulce, así que siguió comiendo hasta que se acabó todo el panal de miel.

Cuando las abejas regresaron, Ana tuvo que esconderse en un arbusto para que no la vieran. Una abeja notó que en el panal faltaba una gota de miel, y rápidamente avisó a las demás. Entonces, las abejas se reunieron y se pusieron a trabajar trayendo más polen para hacer más miel, porque tenían una competencia muy importante con abejas de otros lugares, y querían ganar con su miel.

Ana se dio cuenta de que ya podía ayudar, porque la lluvia había comenzado y las abejas podían salir a recolectar polen. Así que se ofreció a juntar más flores.

Mientras caminaba, Ana se encontró con un niño llamado Miguel. Empezaron a platicar y se hicieron amigos. Juntos juntaron flores muy rápido.

En ese momento, llegaron dos abejas reinas llamadas Lupe y Eli, que estaban a cargo de todas las demás. Ana les presentó a Miguel y juntos hablaron sobre lo divertido que era juntar flores.

Después de que la lluvia terminó, Lupe y Eli les enseñaron a Ana y Miguel cómo se hace la miel. Cuando Miguel terminó de ver el proceso, le dijo a Ana que fuera a jugar un rato, y luego cada uno regresó a su casa.

Las abejas, por su parte, se fueron a dormir después de un día tan ocupado.

Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Autor: Esteban Moya Pozos

Los cachorros traviesos

 Había una vez una cachorra llamada Eskay, mascota de una humilde familia que vivía en un pueblo. Ella esperaba con ilusión la llegada de sus cachorritos. Sus sueños estaban llenos de alegría, contando los días para conocerlos.

Finalmente, llegó el gran día y nacieron los cachorros. Los dueños estaban muy felices, especialmente el más pequeño, José, hijo de la familia. Al ver a los hermosos cachorros, decidió quedarse con uno, al que llamó Coco.

Con el paso del tiempo, la familia observaba cómo los cachorros crecían. Ya había pasado un mes y medio cuando comenzaron las travesuras de Coco. Siendo el más grande de sus hermanitos, quiso salir a conocer el mundo exterior sin pensar en los peligros. Empezó persiguiendo a su mamá y mordiendo todo lo que le llamaba la atención. Sus hermanitos, al verlo, se quedaban quietos en la casita que les habían preparado. A uno de ellos le pusieron el nombre de Nala, y a la otra, Kira.

Coco se emocionaba mucho cuando el pequeño José le hablaba, imaginando que pronto saldría a la calle junto a su mamá y sus dueños. José tomó a Coco y caminó hacia la puerta. Al bajarlo al piso, Coco empezó a olfatear y a brincar de emoción, pues para él comenzaban nuevas aventuras. Corrió y corrió hasta quedarse cansado y sin aliento, entonces José lo tomó y lo llevó de vuelta con sus hermanitos y su mamá.

Una tarde, los padres de José tuvieron que salir, y al regresar se llevaron una sorpresa: Coco se había salido de su casita y, lleno de emoción, exploraba su alrededor. Rascaba y mordía todo lo que encontraba hasta quedar cansado, y se acomodó en un rincón para dormir.

Cuando la familia regresó, encontraron cosas tiradas y mordidas. Sorprendidos, vieron a Coco fuera de su casita, con las patitas sucias. José lo tomó en sus manos y lo llevó junto a su mamá y sus hermanitos. No les quedó más opción que limpiar las travesuras del cachorro.

Pero Coco, tan astuto, se escapaba una y otra vez. Al darse cuenta, sus dueños lo volvieron a meter en su casita, pero él siempre encontraba la forma de salir. Una vez, su dueña lo vio en el camino y lo tomó para decirle:

—No te salgas, Coco, porque te pueden robar o podrías sufrir un accidente.

Coco bajó las orejas, pensando que lo regañarían, pero solo le hablaron con cariño. Sin embargo, a él no le importó; solo quería salir a jugar todo el tiempo. Cada vez que veía a sus dueños acercarse, se escondía para que no lo atraparan y lo metieran nuevamente con su mamá Eskay y sus hermanitas Kira y Nala.

Poco a poco, Coco empezó a enseñarles a sus hermanitas a escaparse. Ellas también comenzaron a salir y a hacer travesuras. La emoción de estar afuera los llenaba de alegría.

A pesar de todo, sus dueños no se enojaban; por el contrario, sentían felicidad al verlos correr y jugar contentos. Al llamarlos por su nombre, los cachorros corrían hacia ellos y les mostraban cariño con un lametazo y moviendo la cola.

Así, los cachorros y sus dueños vivieron llenos de amor y travesuras.

Autor: Yosef Dorian Montiel García

Marte y Luci

 

En un pequeño pueblo vivía una niña llamada Luci junto a su padre. Luci tenía un gran sueño: quería viajar al espacio y conocer Marte. Todos los días miraba al cielo y le preguntaba a su papá:

Luci: Papá, ¿crees que algún día podré viajar a Marte?

Su padre, con una sonrisa tierna pero realista, le respondía:

Papá: Claro, hija… aunque no es muy probable.

Luci se quedaba pensativa y decía:

Luci: Tal vez algún día lo lograré...

El papá no quería romper su imaginación, por eso prefería alimentar su esperanza antes que decirle que no. Con el paso del tiempo, Luci creció y entendió que viajar al espacio no era algo fácil. Pero en lugar de rendirse, se propuso crear su propia fórmula para volar.

En la escuela, Luci conoció a una maestra dulce, gentil y muy paciente. Un día, se acercó a ella con mucha curiosidad:

Luci: Maestra, ¿usted sabe sobre astronautas?

Maestra: Claro que sí, Luci. ¿Por qué lo preguntas?

Luci le contó todo sobre su sueño y su fórmula secreta. La maestra, emocionada por su entusiasmo, le respondió:

Maestra: Voy a contactar a unos astronautas. Tal vez quieran ayudarte.

Luci no lo podía creer. ¡Su sueño estaba cada vez más cerca! Corrió a contarle a su papá:

Luci: ¡Papá! ¡Voy a vivir mi gran aventura!

Papá: Claro que sí, hija. Si el hombre pisó la Luna… ¿por qué tú no podrías pisar Marte?

Con la ayuda de los astronautas y su fórmula especial, Luci se preparó para despegar. Subió a la nave espacial, ajustó su traje y, con los nervios a flor de piel, partió hacia su destino: Marte.

Cuando llegaron, Luci tomó su fórmula con decisión.

Luci: ¡Con esto lo lograré!

Y lo hizo. Dio un paso firme sobre la superficie marciana. ¡Había cumplido su sueño!

Al regresar a la Tierra, Luci fue recibida como una heroína. Todos en el pueblo estaban orgullosos de ella. Se convirtió en un ejemplo de que los sueños, con esfuerzo, inteligencia y un poco de ayuda, sí se pueden lograr.

COLORÍN COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO 🥳

Autora: Allison Merary Méndez Méndez

Las granjas del Pollón

 

Érase una vez un conejo al que le encantaba pintar y leer. Un día fue a visitar a su amiga Flor, una gallina muy activa. Al llegar a su casa, la vio corriendo de un lado a otro, y no pudo evitar reírse.

—¿Por qué corres, Flor? —le preguntó divertido.
—¡Estoy haciendo ejercicio! —respondió ella, sin detenerse.

El conejo no podía dejar de reír.

—¿Y qué me vas a poner a hacer hoy? —preguntó entre risas.

—¡Te voy a poner a barrer y a planchar! —contestó Flor bromeando.

—¿Y cómo se llama este lugar?
—Se llama Las Granjas del Pollón.
—Oye, ¿no tienes hambre, Flor?

—No, yo no. Pero tú sí, ¿verdad?

—¡Sí! Voy a ver si las gallinas pusieron huevos.

Flor entró a la cocina y preguntó:

—¿Hay huevos?

—¡Sí! —respondió el conejo—. ¿Sabes cómo se prende la estufa?

—Con permiso, voy a intentarlo... ¡Ya ves, es fácil!

—¡Yupi! —gritó el conejo emocionado—. Primero bajo un sartén, luego echo aceite, rompo el huevo… ¡ya está cocinado!

—¿No deberías echarle sal? —preguntó Flor.

—¡Es cierto! ¿Dónde está?

—Aquí está. ¿Quieres?

—No, mejor cómetelo tú. Hoy no hay chiles.

—Sí hay, están en el refrigerador.

—¡Ya los saqué! ¡Qué rico está! Ya terminé… Me tardé horas, ¿verdad?

—¡Sí! —dijo Flor riendo—. Oye, ¿quieres venir a mi casa? Te puedo enseñar mis pinturas y leemos un rato.

—¿Qué dices, Flor?

—¡Mmm, sí, está bien! ¡Vamos!

Caminaron durante una hora hasta llegar a la casa del conejo.

—Ya llegamos, Flor. Vamos a ver mis pinturas.
—¡Sí, estoy emocionada!

—Mira, Flor, ¿te gustan?

—¡Qué bonitas están! Vamos a elegir un libro.

—¿Te gusta este?

—Sí, me encanta.

—Bueno, vamos a leer.
—¡Qué hermosos libros tienes!

—Gracias, Flor. Bueno… ya me tengo que ir, me van a empezar a buscar.

Y así se despidieron el conejo y Flor, felices de haber compartido un día lleno de risas, comida y buenos libros.

COLORÍN COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO.

Autora: Magaly López López

La isla Montaña

 

La isla Montaña era un lugar misterioso, rodeado por agua y grandes montañas. En lo alto vivía un pequeño pueblo llamado La Montaña, cuyos habitantes eran muy humildes y vivían con lo mínimo.

Un día, una familia de cuatro integrantes decidió explorar los alrededores de la isla. Se preguntaban si existían otros pueblos más allá del horizonte. Para su sorpresa, descubrieron que sí: al otro lado de la isla había una ciudad desconocida. Sin pensarlo mucho, tomaron sus cosas y se dirigieron a ese nuevo lugar tan peculiar.

Al llegar, vieron personas de distintas religiones, culturas y formas de vestir. Se sintieron confundidos y un poco asustados.

—¿Qué haremos ahora? —preguntaron los padres—. ¿Regresamos a la montaña?

—Esperemos un poco —dijeron los hijos—. Observemos su comportamiento… puede que nos sorprendan.

Los padres aceptaron. En ese momento, uno de los pobladores de la ciudad notó que alguien los observaba entre los árboles. Se acercó con cuidado y les dijo:

—¿Quiénes son? No los vamos a lastimar, pero dejen que los vea.

—Está bien, pero no se acerque demasiado —respondieron los padres con cautela.

La familia salió lentamente de su escondite.

—Hola, ¿ustedes están en la Ciudad de las Nubes? —preguntó el poblador—. ¿De dónde vienen?

—Venimos de un pueblo muy lejano llamado La Montaña —respondieron los padres.

—¿Viven muchas familias allí?

—No, somos pocos y muy pobres. Por eso decidimos buscar otros lugares.

El poblador los invitó a quedarse. Al llegar a sus habitaciones, quedaron asombrados: jamás habían visto camas tan suaves y cómodas. Acostados, comentaban:

—¡Qué calientito es esto! —dijeron los hijos.

—Sí —respondieron los padres—. Podemos dormir tranquilos, sin insectos ni animales rondando.

—¡Vamos a descansar! —dijeron los niños—. Mañana será un gran día.

A la mañana siguiente, el poblador les avisó que el desayuno estaba listo. Al bajar, la familia se quedó aún más impresionada: había tantos platillos que no sabían por dónde empezar. Había carne, maíz, cereales, hierbabuena, manzanilla y muchas delicias más.

Conmovidos por la generosidad del lugar, decidieron volver a La Montaña para contarle a las demás familias lo que habían encontrado.

—¡Escuchen todos! —anunciaron emocionados—. Hemos encontrado un lugar maravilloso. ¡La gente es buena, hay mucha comida, camas suaves y hermosos jardines! Si quieren conocer la Ciudad de las Nubes, ¡sígannos!

Y así, muchas familias decidieron dejar la isla y partir hacia la ciudad. Al llegar, todos fueron hospedados en casas, hoteles y edificios. La Ciudad de las Nubes tenía todo lo que siempre habían soñado.

Pero con el tiempo, algunos comenzaron a extrañar la tranquilidad de su antigua vida en la montaña. Aunque en la ciudad lo tenían todo, añoraban el silencio del bosque, el canto de los pájaros y la brisa entre los árboles.

Decidieron regresar. Llenaron sacos con semillas, plantas medicinales y herramientas, y volvieron a su querida montaña. Al llegar, encontraron todo cubierto de pasto, telarañas y animales salvajes.

—Mira, Cuauhtémoc… cómo está nuestra montaña —dijo Izet, triste.

—Tenemos que recuperarla —respondió Cuauhtémoc decidido.

Comenzaron a limpiar: cortaron el pasto, ahuyentaron a los animales y despejaron los senderos. Prepararon la tierra y sembraron todo lo que habían traído. Con las telarañas tejieron prendas, y del veneno de las serpientes desarrollaron medicamentos naturales.

Con esfuerzo, reconstruyeron su hogar. Tenían alimentos, ropa y medicina, pero aún pensaban con cariño en la ciudad que los había recibido.

Un tiempo después, el lago de la Ciudad de las Nubes se contaminó por el descuido de sus habitantes. Nadaban y bebían esa agua sin preocuparse, hasta que comenzaron a enfermar.

Entonces, las familias de La Montaña enviaron los medicamentos naturales que habían creado con hierbas y venenos procesados de su tierra. Fue así como la ciudad se curó, y sus habitantes comprendieron el valor de cuidar la naturaleza.

Desde aquel día, la Ciudad de las Nubes y la isla La Montaña vivieron en armonía, compartiendo conocimientos, alimentos, medicinas y amistad.

Fin

Autora: Karla Valeria Leal Rodríguez

El niño espacial

 Era una noche muy oscura y silenciosa en el pequeño pueblo de Montaña Larga. La luna se escondía tras las nubes, y la única luz que se veía era la de una pequeña estrella titilante.

David, un niño apasionado por el espacio y los misterios del universo, solía pasar las noches observando el cielo desde su balcón. Soñaba con explorar las estrellas, visitar la Luna y descubrir cosas nunca antes vistas.

Muy a menudo pensaba en cómo ingresar a una escuela que lo preparara para convertirse en astronauta. Sin embargo, había un obstáculo: la situación económica de su familia.

Esa noche, David tomó valor y decidió contarles su sueño a sus padres.

—¡Papá! ¡Mamá! —llamó emocionado.

—¿Qué pasa, David? —respondieron.

—Cuando sea un poco mayor, quiero ir a una escuela para astronautas. ¿Podrían llevarme?

Sus padres se miraron con tristeza.

—Lo sentimos mucho, hijo. En este momento no tenemos el dinero suficiente para pagar una escuela así —explicaron con pesar.

David, desanimado, volvió a su cuarto. Se sentó en su balcón, una vez más mirando las estrellas, aferrándose a su sueño.

Con el paso del tiempo, los negocios de sus padres comenzaron a mejorar. Poco a poco, se convirtieron en la familia más próspera del pueblo. Una noche, su papá, Luis, entró en la casa con una gran sonrisa.

—¡María! ¡David! ¡Vengan, tengo una sorpresa!

—¿Qué pasa? —preguntó María.

—¡Mande, papá! —dijo David.

—Prepara tu equipaje, hijo... ¡te vas a la escuela de astronautas!

David saltó de alegría y corrió a empacar. A la mañana siguiente, llegó por fin a la escuela de sus sueños. Sin embargo, al principio no era como lo imaginaba, y se sintió un poco solo.

Todo cambió al llegar a su dormitorio, donde conoció a dos simpáticos compañeros.

—Hola, soy José —dijo uno.

—Y yo me llamo Santiago —agregó el otro.

—¡Hola! Mi nombre es David —respondió él con una sonrisa.

—¿Eres nuevo aquí? —preguntó José.

—Sí —respondió David.

—¿En qué carrera te inscribiste? —preguntó Santiago.

—En ingeniería aeroespacial. Quiero algún día entrar al programa de astronautas de la NASA.

—¡Wow, qué gran sueño! —exclamaron ambos.

—¿Qué te parece si acomodas tus cosas y luego vamos a desayunar? Así seguimos conociéndonos, amigo —sugirió José.

—¡Claro! Los veo en un rato —respondió David.

Al terminar de acomodar sus pertenencias, David salió en busca de la cafetería, pero en su camino se topó con un pasillo solitario y silencioso. Una puerta con un letrero que decía "Prohibido entrar" llamó su atención. La curiosidad le ganó, y decidió abrirla.

Para su sorpresa, dentro encontró una nave espacial. Pensando que era una maqueta, subió para observar cómo estaba construida. Sin querer, movió algunos controles… ¡y la nave despegó rumbo a la Luna!

David, lejos de asustarse, se llenó de emoción. Al acercarse al satélite, notó una extraña mancha verde, pero no le dio importancia. Aterrizó en la superficie lunar, se colocó un traje que encontró en la nave —parecía de astronauta— y bajó.

—¡Esto no es un sueño… es real! —susurró maravillado.

Pero al mirar hacia atrás, notó que la nave se había averiado. Aunque le preocupó, recordó que había suficiente comida a bordo para una semana, así que decidió explorar un poco.

Fue entonces cuando se encontró con una criatura desconocida. Se asustó, pero el ser habló:

—Hola, soy Green.

—Hola, soy David. ¿Qué eres?

—Soy un extraterrestre. Vivo aquí.

—¿Podrías ayudarme a reparar la nave para regresar a la Tierra?

—Claro, lo intentaré, pero tomará algunos días.

—No hay problema, yo te ayudaré.

Durante los días que pasaron juntos, se contaron chistes y hablaron sobre sus mundos. Con el tiempo, lograron reparar la nave, y llegó el momento de despedirse.

—Green, me divertí mucho, pero es hora de volver a casa —dijo David.

—Te extrañaré —respondió Green, con tristeza.

—Yo también, amigo. Adiós.

Green le hizo señas con la mano mientras gritaba:

—¡Adiós, David! Cuando cumplas tu sueño, regresa a visitarme.

David despegó de la Luna con el corazón lleno de alegría, sabiendo que su sueño apenas comenzaba... y que en algún rincón del universo ya tenía un gran amigo esperándolo.

Fin

Autora: Norma Vanesa Leal Rodríguez

La vaca Magi

 Érase una vez una vaca muy afortunada llamada Magi. Vivía en una granja donde siempre recibía la mejor comida y el mejor trato del granjero. Todos decían que era la más feliz de todas las vacas.

Sin embargo, no todas compartían su alegría. Algunas vacas, celosas y enojadas por la atención que recibía Magi, comenzaron a planear cómo deshacerse de ella y sacarla de la granja.

Un día, mientras el granjero le daba de comer a Magi, ella se dio cuenta de algo maravilloso: ¡estaba embarazada! Se puso muy contenta, y al enterarse, las vacas celosas decidieron que era el momento perfecto para poner en marcha su plan.

Se acercaron a Magi con falsas sonrisas y la convencieron de ir a la ciudad con ellas, diciéndole que sería divertido. Magi, ilusionada, aceptó la invitación. En el camino, un toro se les unió y también animó a Magi a seguir el paseo. Pero lo que ella no sabía era que todo era una trampa para hacerla perderse.

Un burro, que había escuchado los planes malintencionados de las vacas, decidió seguirlas discretamente para cuidar a Magi. Ya en la ciudad, donde había llovido mucho y todo estaba lleno de lodo, las vacas se alejaron poco a poco, dejando sola a Magi.

Ella, distraída y feliz, no se dio cuenta de lo que ocurría... hasta que cayó en un profundo hoyo lleno de lodo. Intentó salir, pero no podía. Las otras vacas, en lugar de ayudarla, se rieron y se fueron dejándola atrás.

Afortunadamente, el burro llegó justo a tiempo. Con mucho esfuerzo, logró sacar a Magi del hoyo. Luego, ambos regresaron a la granja. Cuando llegaron, el burro le contó al granjero todo lo que había sucedido.

El granjero, muy molesto, regañó a las vacas por su mala acción. Avergonzadas, las vacas se disculparon sinceramente con Magi. Ella las perdonó, y desde ese día, todas se hicieron buenas amigas.

Fin

Autor: Luis Mateo Hernández Orozco

Los cachorritos

 Había una vez una familia de perritos formada por mamá Maya y papá Chocorrol. Tenían tres cachorros muy juguetones: Canelo, de color café; Firulais, completamente blanco; y Robin, blanco con manchas negras.

Vivían en una granja rodeada de naturaleza, lejos de la ciudad y del ruido de los autos. En ese lugar también vivían muchos otros animales, organizados por tamaño, y todos eran cuidados con mucho cariño por un campesino llamado Carlos, un hombre trabajador que sembraba maíz, frijol, calabaza y cebada para alimentar a los animales.

Carlos era muy cariñoso con sus mascotas, y les tenía juguetes para que jugaran en el enorme jardín de la granja. Los cachorros pasaban horas divirtiéndose juntos, corriendo de un lado a otro y explorando cada rincón.

Un día, Firulais escondió una pelota de colores que usaban para jugar. Canelo se dio cuenta y preguntó:

—¿Dónde está la pelota? ¿Alguien la ha visto?

Robin respondió:

—Yo no la he visto desde ayer.

Firulais solo sonrió, sin decir nada.

Entonces, Canelo fue con sus papás y preguntó:

—¿Papás, han visto la pelota de colores?

Mamá Maya respondió:

—¿Cuál pelota?

—La pelota de colores —aclaró Canelo.

Papá Chocorrol intervino:

—Ayer tu hermano Firulais estaba jugando con ella en el jardín de atrás. Pregúntale a él.

Canelo fue con Firulais y le preguntó:

—¿Dónde pusiste la pelota?

Firulais respondió con una sonrisa:

—La guardé en la bodega de atrás.

—¿Quieres jugar con nosotros? —le dijo Canelo entusiasmado.

Firulais aceptó, y todos corrieron felices al jardín. Como cada día, jugaron y se divirtieron mucho en medio de la naturaleza.

A Carlos le encantaba cocinar y hacer días de campo con sus mascotas a la orilla del lago, donde los cachorros disfrutaban de deliciosos cortes de carne y jugaban a las escondidas entre los animales de la granja.

—¿Dónde te escondiste? —preguntó Robin.

—Estoy por donde están los borregos —respondió Firulais.

—¿Y dónde está Canelo? —preguntó Firulais.

—¡Estoy por los caballos! —gritó Canelo desde su escondite.

Así pasaban sus días, corriendo, riendo y disfrutando la vida en la granja, junto a su amigo Carlos, en un lugar lleno de amor, juegos y naturaleza.

Fin

Autor: Pedro Santiago Hernández Hernández

El castillo de los amigos

 Había una vez un ratón y una ardilla que vivían juntos en un gran castillo, en medio del bosque. Eran muy buenos amigos y vivían felices. Cada día salían juntos a buscar semillas y nueces para comer, riendo y jugando durante el camino.

Un día, salieron muy emocionados, convencidos de que encontrarían muchas nueces deliciosas. Pero al regresar, se llevaron una gran sorpresa: su castillo había desaparecido. Se había derrumbado por completo, pues era muy viejo y frágil.

Los dos se quedaron paralizados al ver que su hogar ya no existía. Se sintieron tristes y desamparados. Como vivían en una parte del bosque donde no había vecinos cerca, se sentaron a llorar desconsolados.

Justo en ese momento, un topo y sus amigos pasaban por allí. Al escuchar el llanto, se acercaron preocupados y les preguntaron qué había ocurrido. El ratón y la ardilla les contaron su historia con lágrimas en los ojos.

Los nuevos amigos sintieron mucha compasión por ellos. Entonces, el topo recordó que llevaban consigo una bolsa mágica de los deseos, que solo podía usarse para ayudar a quienes realmente lo necesitaban. Todos juntos cerraron los ojos y pidieron con fuerza el deseo de una nueva casa para el ratón y la ardilla.

En un parpadeo, la bolsa mágica cumplió el deseo: frente a ellos apareció una casita hermosa, fuerte y acogedora, construida con madera del bosque y rodeada de flores.

Desde entonces, el ratón, la ardilla, el topo y sus nuevos amigos se volvieron una gran familia. Aprendieron que, aunque las casas pueden desaparecer, los verdaderos hogares se construyen con cariño, amistad… y un poco de magia.

Fin.

Autora: María Xóchitl Hernández Calderón

El conejo saltarín

 Había una vez un conejo muy travieso al que su mamá le pedía que aprendiera a leer. Pero él prefería pasar el día acostado, sin hacer caso. Un día, su mamá le pidió que barriera la madriguera, pero el conejo, en lugar de obedecer, echó a correr por el bosque y no regresó hasta la mañana siguiente.

Al volver, tenía muchísima hambre. Entonces, tuvo una idea: pensó que si se camuflaba, podría colarse al huerto sin que nadie lo viera. Encontró un bote de pintura y comenzó a pintarse todo el cuerpo, sin saber que esa pintura era especial y se deshacía con el sol. Además, tenía un líquido que podía causar picazón... ¡o algo peor!

Mientras saltaba feliz por el campo, el calor del sol derritió la pintura, y de repente... ¡su cola se cayó sin que él se diera cuenta! Al notarlo, no se asustó. Con paciencia, buscó hilo y lana, y se puso a tejer una nueva cola. Cuando la terminó, se la amarró con mucho cuidado.

Justo cuando estaba listo para probar su nueva cola saltarina, vio unas zanahorias brillando en el huerto. Lleno de emoción, comenzó a brincar de alegría y fue corriendo a recoger más y más zanahorias. Desde ese día, entendió que era mejor obedecer a su mamá… ¡pero nunca dejó de ser un conejo muy, muy saltarín!

Fin.

Autora: Aurora Sarahí Diego Fuentes

Lumo y el brillo del hogar

Había una vez un pequeño colibrí llamado Lumo, que vivía en un bosque mágico donde las flores brillaban con colores jamás vistos. Cada día, Lumo observaba el horizonte con curiosidad, soñando con volar más allá del bosque para descubrir qué había en el mundo exterior.

Un día, decidido a cumplir su sueño, emprendió su aventura. Voló alto, cruzando montañas, ríos y ciudades, maravillándose con todo lo nuevo que veía. Cada lugar tenía algo especial: aromas distintos, sonidos desconocidos, colores sorprendentes.

Sin embargo, cuando el sol comenzó a ocultarse tras las montañas, Lumo sintió un cosquilleo en el corazón. Se dio cuenta de que extrañaba su hogar... extrañaba las flores luminosas, el susurro de los árboles, y la calma del bosque que lo vio nacer.

Al regresar, algo había cambiado: las flores del bosque brillaban aún más intensamente que antes. Lumo comprendió entonces que, aunque viajar y explorar es maravilloso, no hay lugar más especial que aquel al que llamamos hogar.

Autor: Juan Fernando Alcántara Suárez

La aventura de Luna y su amigo el conejo.

Había una vez una niña llamada Luna que vivía en un bosque mágico. Un día, mientras exploraba entre los árboles, encontró un conejo blanco y suave llamado Copo. Era muy amigable y curioso, y Luna se sintió de inmediato atraída por él.

Copo le contó a Luna que existía un tesoro escondido en algún lugar del bosque, y que solo podrían encontrarlo si trabajaban juntos. Luna, emocionada, aceptó el desafío sin dudarlo.

Juntos comenzaron la búsqueda, siguiendo pistas y resolviendo acertijos. A medida que avanzaban, el bosque se volvía cada vez más mágico: las flores brillaban con colores intensos y los árboles susurraban secretos al viento. Luna y Copo se reían, se divertían y su amistad crecía con cada paso.

Finalmente, después de una larga travesía, llegaron a un claro donde encontraron un cofre brillante. Lo abrieron con cuidado y, dentro, descubrieron el tesoro: estaba lleno de semillas de flores, piedras relucientes y una nota que decía:

"La verdadera riqueza es la amistad y la aventura."

Autora: Wendy Areli Carmona Gaspar