Había una vez una cachorra llamada Eskay, mascota de una humilde familia que vivía en un pueblo. Ella esperaba con ilusión la llegada de sus cachorritos. Sus sueños estaban llenos de alegría, contando los días para conocerlos.
Finalmente, llegó el gran día y nacieron los cachorros. Los dueños estaban muy felices, especialmente el más pequeño, José, hijo de la familia. Al ver a los hermosos cachorros, decidió quedarse con uno, al que llamó Coco.
Con el paso del tiempo, la familia observaba cómo los cachorros crecían. Ya había pasado un mes y medio cuando comenzaron las travesuras de Coco. Siendo el más grande de sus hermanitos, quiso salir a conocer el mundo exterior sin pensar en los peligros. Empezó persiguiendo a su mamá y mordiendo todo lo que le llamaba la atención. Sus hermanitos, al verlo, se quedaban quietos en la casita que les habían preparado. A uno de ellos le pusieron el nombre de Nala, y a la otra, Kira.
Coco se emocionaba mucho cuando el pequeño José le hablaba, imaginando que pronto saldría a la calle junto a su mamá y sus dueños. José tomó a Coco y caminó hacia la puerta. Al bajarlo al piso, Coco empezó a olfatear y a brincar de emoción, pues para él comenzaban nuevas aventuras. Corrió y corrió hasta quedarse cansado y sin aliento, entonces José lo tomó y lo llevó de vuelta con sus hermanitos y su mamá.
Una tarde, los padres de José tuvieron que salir, y al regresar se llevaron una sorpresa: Coco se había salido de su casita y, lleno de emoción, exploraba su alrededor. Rascaba y mordía todo lo que encontraba hasta quedar cansado, y se acomodó en un rincón para dormir.
Cuando la familia regresó, encontraron cosas tiradas y mordidas. Sorprendidos, vieron a Coco fuera de su casita, con las patitas sucias. José lo tomó en sus manos y lo llevó junto a su mamá y sus hermanitos. No les quedó más opción que limpiar las travesuras del cachorro.
Pero Coco, tan astuto, se escapaba una y otra vez. Al darse cuenta, sus dueños lo volvieron a meter en su casita, pero él siempre encontraba la forma de salir. Una vez, su dueña lo vio en el camino y lo tomó para decirle:
—No te salgas, Coco, porque te pueden robar o podrías sufrir un accidente.
Coco bajó las orejas, pensando que lo regañarían, pero solo le hablaron con cariño. Sin embargo, a él no le importó; solo quería salir a jugar todo el tiempo. Cada vez que veía a sus dueños acercarse, se escondía para que no lo atraparan y lo metieran nuevamente con su mamá Eskay y sus hermanitas Kira y Nala.
Poco a poco, Coco empezó a enseñarles a sus hermanitas a escaparse. Ellas también comenzaron a salir y a hacer travesuras. La emoción de estar afuera los llenaba de alegría.
A pesar de todo, sus dueños no se enojaban; por el contrario, sentían felicidad al verlos correr y jugar contentos. Al llamarlos por su nombre, los cachorros corrían hacia ellos y les mostraban cariño con un lametazo y moviendo la cola.
Así, los cachorros y sus dueños vivieron llenos de amor y travesuras.
Autor: Yosef Dorian Montiel García
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