jueves, 17 de julio de 2025

La isla Montaña

 

La isla Montaña era un lugar misterioso, rodeado por agua y grandes montañas. En lo alto vivía un pequeño pueblo llamado La Montaña, cuyos habitantes eran muy humildes y vivían con lo mínimo.

Un día, una familia de cuatro integrantes decidió explorar los alrededores de la isla. Se preguntaban si existían otros pueblos más allá del horizonte. Para su sorpresa, descubrieron que sí: al otro lado de la isla había una ciudad desconocida. Sin pensarlo mucho, tomaron sus cosas y se dirigieron a ese nuevo lugar tan peculiar.

Al llegar, vieron personas de distintas religiones, culturas y formas de vestir. Se sintieron confundidos y un poco asustados.

—¿Qué haremos ahora? —preguntaron los padres—. ¿Regresamos a la montaña?

—Esperemos un poco —dijeron los hijos—. Observemos su comportamiento… puede que nos sorprendan.

Los padres aceptaron. En ese momento, uno de los pobladores de la ciudad notó que alguien los observaba entre los árboles. Se acercó con cuidado y les dijo:

—¿Quiénes son? No los vamos a lastimar, pero dejen que los vea.

—Está bien, pero no se acerque demasiado —respondieron los padres con cautela.

La familia salió lentamente de su escondite.

—Hola, ¿ustedes están en la Ciudad de las Nubes? —preguntó el poblador—. ¿De dónde vienen?

—Venimos de un pueblo muy lejano llamado La Montaña —respondieron los padres.

—¿Viven muchas familias allí?

—No, somos pocos y muy pobres. Por eso decidimos buscar otros lugares.

El poblador los invitó a quedarse. Al llegar a sus habitaciones, quedaron asombrados: jamás habían visto camas tan suaves y cómodas. Acostados, comentaban:

—¡Qué calientito es esto! —dijeron los hijos.

—Sí —respondieron los padres—. Podemos dormir tranquilos, sin insectos ni animales rondando.

—¡Vamos a descansar! —dijeron los niños—. Mañana será un gran día.

A la mañana siguiente, el poblador les avisó que el desayuno estaba listo. Al bajar, la familia se quedó aún más impresionada: había tantos platillos que no sabían por dónde empezar. Había carne, maíz, cereales, hierbabuena, manzanilla y muchas delicias más.

Conmovidos por la generosidad del lugar, decidieron volver a La Montaña para contarle a las demás familias lo que habían encontrado.

—¡Escuchen todos! —anunciaron emocionados—. Hemos encontrado un lugar maravilloso. ¡La gente es buena, hay mucha comida, camas suaves y hermosos jardines! Si quieren conocer la Ciudad de las Nubes, ¡sígannos!

Y así, muchas familias decidieron dejar la isla y partir hacia la ciudad. Al llegar, todos fueron hospedados en casas, hoteles y edificios. La Ciudad de las Nubes tenía todo lo que siempre habían soñado.

Pero con el tiempo, algunos comenzaron a extrañar la tranquilidad de su antigua vida en la montaña. Aunque en la ciudad lo tenían todo, añoraban el silencio del bosque, el canto de los pájaros y la brisa entre los árboles.

Decidieron regresar. Llenaron sacos con semillas, plantas medicinales y herramientas, y volvieron a su querida montaña. Al llegar, encontraron todo cubierto de pasto, telarañas y animales salvajes.

—Mira, Cuauhtémoc… cómo está nuestra montaña —dijo Izet, triste.

—Tenemos que recuperarla —respondió Cuauhtémoc decidido.

Comenzaron a limpiar: cortaron el pasto, ahuyentaron a los animales y despejaron los senderos. Prepararon la tierra y sembraron todo lo que habían traído. Con las telarañas tejieron prendas, y del veneno de las serpientes desarrollaron medicamentos naturales.

Con esfuerzo, reconstruyeron su hogar. Tenían alimentos, ropa y medicina, pero aún pensaban con cariño en la ciudad que los había recibido.

Un tiempo después, el lago de la Ciudad de las Nubes se contaminó por el descuido de sus habitantes. Nadaban y bebían esa agua sin preocuparse, hasta que comenzaron a enfermar.

Entonces, las familias de La Montaña enviaron los medicamentos naturales que habían creado con hierbas y venenos procesados de su tierra. Fue así como la ciudad se curó, y sus habitantes comprendieron el valor de cuidar la naturaleza.

Desde aquel día, la Ciudad de las Nubes y la isla La Montaña vivieron en armonía, compartiendo conocimientos, alimentos, medicinas y amistad.

Fin

Autora: Karla Valeria Leal Rodríguez

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