jueves, 17 de julio de 2025

El niño espacial

 Era una noche muy oscura y silenciosa en el pequeño pueblo de Montaña Larga. La luna se escondía tras las nubes, y la única luz que se veía era la de una pequeña estrella titilante.

David, un niño apasionado por el espacio y los misterios del universo, solía pasar las noches observando el cielo desde su balcón. Soñaba con explorar las estrellas, visitar la Luna y descubrir cosas nunca antes vistas.

Muy a menudo pensaba en cómo ingresar a una escuela que lo preparara para convertirse en astronauta. Sin embargo, había un obstáculo: la situación económica de su familia.

Esa noche, David tomó valor y decidió contarles su sueño a sus padres.

—¡Papá! ¡Mamá! —llamó emocionado.

—¿Qué pasa, David? —respondieron.

—Cuando sea un poco mayor, quiero ir a una escuela para astronautas. ¿Podrían llevarme?

Sus padres se miraron con tristeza.

—Lo sentimos mucho, hijo. En este momento no tenemos el dinero suficiente para pagar una escuela así —explicaron con pesar.

David, desanimado, volvió a su cuarto. Se sentó en su balcón, una vez más mirando las estrellas, aferrándose a su sueño.

Con el paso del tiempo, los negocios de sus padres comenzaron a mejorar. Poco a poco, se convirtieron en la familia más próspera del pueblo. Una noche, su papá, Luis, entró en la casa con una gran sonrisa.

—¡María! ¡David! ¡Vengan, tengo una sorpresa!

—¿Qué pasa? —preguntó María.

—¡Mande, papá! —dijo David.

—Prepara tu equipaje, hijo... ¡te vas a la escuela de astronautas!

David saltó de alegría y corrió a empacar. A la mañana siguiente, llegó por fin a la escuela de sus sueños. Sin embargo, al principio no era como lo imaginaba, y se sintió un poco solo.

Todo cambió al llegar a su dormitorio, donde conoció a dos simpáticos compañeros.

—Hola, soy José —dijo uno.

—Y yo me llamo Santiago —agregó el otro.

—¡Hola! Mi nombre es David —respondió él con una sonrisa.

—¿Eres nuevo aquí? —preguntó José.

—Sí —respondió David.

—¿En qué carrera te inscribiste? —preguntó Santiago.

—En ingeniería aeroespacial. Quiero algún día entrar al programa de astronautas de la NASA.

—¡Wow, qué gran sueño! —exclamaron ambos.

—¿Qué te parece si acomodas tus cosas y luego vamos a desayunar? Así seguimos conociéndonos, amigo —sugirió José.

—¡Claro! Los veo en un rato —respondió David.

Al terminar de acomodar sus pertenencias, David salió en busca de la cafetería, pero en su camino se topó con un pasillo solitario y silencioso. Una puerta con un letrero que decía "Prohibido entrar" llamó su atención. La curiosidad le ganó, y decidió abrirla.

Para su sorpresa, dentro encontró una nave espacial. Pensando que era una maqueta, subió para observar cómo estaba construida. Sin querer, movió algunos controles… ¡y la nave despegó rumbo a la Luna!

David, lejos de asustarse, se llenó de emoción. Al acercarse al satélite, notó una extraña mancha verde, pero no le dio importancia. Aterrizó en la superficie lunar, se colocó un traje que encontró en la nave —parecía de astronauta— y bajó.

—¡Esto no es un sueño… es real! —susurró maravillado.

Pero al mirar hacia atrás, notó que la nave se había averiado. Aunque le preocupó, recordó que había suficiente comida a bordo para una semana, así que decidió explorar un poco.

Fue entonces cuando se encontró con una criatura desconocida. Se asustó, pero el ser habló:

—Hola, soy Green.

—Hola, soy David. ¿Qué eres?

—Soy un extraterrestre. Vivo aquí.

—¿Podrías ayudarme a reparar la nave para regresar a la Tierra?

—Claro, lo intentaré, pero tomará algunos días.

—No hay problema, yo te ayudaré.

Durante los días que pasaron juntos, se contaron chistes y hablaron sobre sus mundos. Con el tiempo, lograron reparar la nave, y llegó el momento de despedirse.

—Green, me divertí mucho, pero es hora de volver a casa —dijo David.

—Te extrañaré —respondió Green, con tristeza.

—Yo también, amigo. Adiós.

Green le hizo señas con la mano mientras gritaba:

—¡Adiós, David! Cuando cumplas tu sueño, regresa a visitarme.

David despegó de la Luna con el corazón lleno de alegría, sabiendo que su sueño apenas comenzaba... y que en algún rincón del universo ya tenía un gran amigo esperándolo.

Fin

Autora: Norma Vanesa Leal Rodríguez

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