Un día, un perro iba caminando cuando, de repente, cayó en un hoyo muy profundo. Mientras intentaba salir, apareció un conejo curioso que le preguntó:
—¿Qué buscas aquí, perro?
El perro, algo avergonzado, respondió:
—Vine por ti.
—¿Por mí? ¿Y por qué yo? —preguntó el conejo, confundido.
—Porque si no te llevo conmigo, mi amo me castigará. Él quiere un conejo, y si no lo consigo, me hará daño… a mí, no a ti.
—Oh, ya veo… —dijo el conejo, pensativo—. Mira, vamos a hacer una cosa: hagamos una carrera. Si tú me ganas, puedes llevarme con tu amo. Pero si yo gano, me dejas libre y prometes no volver a molestarme nunca más.
El perro aceptó con confianza:
—¡Claro que sí! Pero no creo que me ganes. Yo tengo patas largas y tú solo unas patitas cortas. Te será imposible vencerme.
—Bueno, eso ya lo veremos —respondió el conejo con una sonrisa astuta.
Comenzaron la carrera. Al principio, el perro iba ganando sin problema, pero al poco rato, el conejo lo rebasó con velocidad y habilidad. Finalmente, el conejo ganó la carrera.
Para que el perro no se fuera con las patas vacías, el conejo le propuso una idea:
—Oye, perro… ¿y si en vez de llevarme a mí, le llevas una gallina a tu amo?
—No creo que funcione —respondió el perro—. A mi amo le gustan los conejos, no otra cosa.
—Bueno, pero podrías intentarlo. ¡El que no arriesga, no gana!
El perro pensó que no perdía nada con probar, así que se arriesgó. Juntos se escabulleron hasta un gallinero y, con rapidez, el perro atrapó una gallina y se la llevó a su amo.
Mientras tanto, el conejo volvió feliz a su madriguera.
Cuando el perro llegó a casa, su amo se enojó mucho al ver que no traía un conejo. Estaba a punto de regañarlo, pero pensó:
—Primero probaré esta gallina, a ver qué tal sabe…
Cuando la cocinó y la probó, descubrió que el sabor de la gallina era aún mejor que el del conejo. Desde ese día, su comida favorita fueron las gallinas y nunca volvió a pedir un conejo.
Unos días después, el perro se encontró nuevamente con el conejo y le dijo:
—¡Muchas gracias, conejo! Me salvaste esta vez, y te lo agradezco mucho.
El conejo le respondió con una sonrisa:
—De nada. Solo prométeme que ya no cazarás más conejos.
—Lo prometo —dijo el perro.
Y así, los dos siguieron su camino tranquilamente y nunca más volvieron a encontrarse.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado. 🐶🐰🐔
Autor: Salvador Cervantes López
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